2009-12-07

"Ecos del pasado en la Inglaterra del siglo XX", por Carlos Casadò.

Texto dedicado al concierto del VIII Klarinete Maratoia (20-XII-2009, Komentua, 20h): Camerata Cambresis, under Caroline Collier.

En muchas ocasiones se presenta el siglo XX como paradigma de la innovación musical, y aunque en numerosos aspectos así ha sido, no podemos olvidar que la renovación musical ha estado presente a lo largo de toda la historia de la música.
Sin embargo, y aquí está la particularidad del siglo XX, nunca la ruptura con la tradición histórica fue tan radical como, efectivamente lo fue, en el siglo XX. Esto se manifestó principalmente en el rechazo de la tonalidad (Schönberg) y en el abandono por completo del concepto tradicional de música y obra (John Cage).
No obstante también se observó en el siglo XX un renacimiento de la estética clásica, los antiguos géneros y las formas, en lo que constituyó una de las tendencias del siglo, el Neoclasicismo. En este sentido neoclásico, el siglo XX fue testigo, por ejemplo, del retorno del género del concierto, y por tanto de la emergencia de la figura del solista. Hasta ahora nada nuevo con lo sucedido en el Clasicismo y Romanticismo, pero a diferencia de esas épocas, el concierto deja de ser un escaparate de virtuosismo y se convierte en un vehículo para la sutileza, algo que Mozart ya adelantó en sus conciertos para piano K482 y K488, “tenidos en muy alta estima por la era romántica porque se mantienen notoriamente entre las dos esferas, la de la fascinación por el capricho y la imaginación y la del insondable sentido de la profundidad de la vida.” [Misterioso Mozart, Philippe Sollers, Alba Editorial]
La música inglesa en el cambio de siglo pasa por considerar a dos profesores de composición, Frederick Corder, en la Royal Academy, y Charles Villiers Stanford en el Royal Collage. Ambos ejercieron una gran influencia en la formación de futuros creadores británicos. Frederick Corder, de estilo wagneriano, trató de ser permisivo y progresista en su labor pedagógica. Por el contrario, la buena reputación de Stanford descansaba sobre una metodología compositiva conservadora y disciplinada. Los compositores que hoy escucharemos, Gordon Jacob y Gerald Finzi, se sitúan en la línea de Stanford aunque con algún matiz diferente entre ellos. Mientras que Finzi epitomiza el estilo tardo-romántico basado en la tradición inglesa descrita bajo el adjetivo de pastoral, Jacob esgrime una escritura más dispersa, inspirada en modelos del Barroco y del Clasicismo, a veces angular y disonante, pero nunca inaccesible.
Así pues, en la Romance y las Five Bagatelles de Finzi es obvio apreciar su sentido poético y su empatía por la campiña inglesa. No es por casualidad, ya que Finzi sintió una especial devoción por la poesía de Thomas Hardy (puso música a muchos de sus poemas) y él mismo fue un experto en el cultivo de la manzana. No obstante, la clave para entender su música está en que siempre hay en ella un sentido de la fugacidad de la vida. La mezcla de lo dulce y amargo está presente en toda su producción. Nada extraño si indagamos un poco en su biografía, que nos cuenta que perdió a su padre a los 8 años, posteriormente a sus tres hermanos mayores y que él mismo falleció con 55 años.
Por su lado, Gordon Jacob tuvo una particular afinidad con los instrumentos de viento, para los cuales compuso un considerable catálogo de conciertos y música de cámara. El Mini Concerto consta de tres animosos y desenfadados movimientos que rodean un breve pero encantador Adagio. Jacob se confesó víctima del atractivo de las cuerdas en combinación con el clarinete, que en este Mini Concerto funcionan estupendamente, al igual que en el Concertino. Basado en una selección de sonatas para violín de Giuseppe Tartini que datan del periodo Barroco, Jacob crea una composición propia que evoca el estilo y la elegancia mozartianas.
El Poema de Amor de David Johnstone, parafraseando al popular film protagonizado por la actriz británica Emma Thompson, proporciona Sentido y Sensibilidad a esta noche que nos trae ecos del pasado. Un programa sin pretensiones pero de un gusto exquisito.
C.Casadó

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